sábado, 15 de febrero de 2014

Otra-ella

Entonces Barrios me dijo que el problema era que yo estuviera despechado, deprimido y cerrado a la posibilidad de que apareciera un alguien. Que soy pobre porque quiero, en resumen. Le contesté que ninguna de las tres condiciones era cierta.

Recordé mi trip-de-chicos: sólo pensar como posible que si un alguien apareciera fuera un chico y no una chica o unx chicx. ¿Qué se siente que te guste una chica desconocida? Me acordé de aquella, bellísima, que conocí apenas este año cuando fui a un corte de cabello. Ella fue primero que yo. Conversamos un rato y no me animé a invitarla a salir por la diferencia de edades. ¡Qué tonto! Después de una torpe despedida de beso -torpe por ambas partes-, cuando se fue, el gran maestre y mago-que-me-quita-kilos-de-cabello me dijo que era evidente que ella tenía mucho interés en mí.

Recordando estaba, cuando otra ella llegó con su sombrero, lindo, linda. La Señora, sentado al lado de mí, me dijo que otra-ella parecía chico. Y era cierto. Sus formas estilizadas eran andróginas y su risa revoloteaba al otro extremo de la mesa después de que se sentó. Al escribir entiendo la utilidad de la metáfora de estar flechado, pero no creo que debamos entender al amor como una guerra ni creo que lo que me hizo sentir haya sido amor.

A pesar de mi tremenda torpeza y mi negativa a iniciar una conversación con el objetivo de algo como "ligar", tuvimos una conversa; supongo que por iniciativa suya. A un lado de ella estaba un él, muy agradable; al otro lado, había una ella de un nombre que no terminaba yo de masticar. Un rato después mis dedos lo recordarían: ¡era la autora de la primera obra de teatro que reseñé para una revista hace cinco años! Definitivamente, estaba yo en el lugar correcto.

Sombrero puesto, otra-ella en dirección hacia mí, no dejaba de hacerme preguntas. La miraba yo con ojos de querer saberla; me miraba ella con ojos de quierosaberte. Sonrisas. ¿Ustedes dos están saliendo? Él me dice que sí; me habla de que se conocieron alguna vez y luego se encontraron de nuevo sin planearlo. Brindamos por lo espontáneo, brindamos por ell@s. De nuevo las preguntas. No, yo no tengo pareja; extraño mucho.

Él se levanta y van junt@s afuera. Luego vuelven e invitan a bailar a quienes seguimos en la mesa. Un rato después parezco arruinarlo todo con mis pasos descuidados, que son pasos de caminante en botas y no pasos de bailarín en la pista. Cerca están jesuitas, estudiantes de filosofía, amigas. A una le piso uno o dos dedos. La cargo y con ella en el aire bailo, bailamos.

Paso un tiempo bello improvisando con otra-ella. Anna, se llama. Después de seis meses, vuelve a Alemania este jueves. Hoy que escribo es su despedida. Después de un abrazo para decirnos hasta luego, me invita al evento en su casa. Luego, otro abrazo. Quiero saberla. ¿Quiere saberme? Saber es conocer con cierta carga de misticismo, pero saber-me, saber-te, saber-le, es mucho más que eso. Estábamos en el lugar correcto. Hoy iré a verla, quizá por última vez.

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